martes, 19 de agosto de 2014



Lo que necesito y nada más, y nada más
Un día más sin escribir es la muerte, porque el espíritu se entume, los vicios engordan, el sueño le gana a los  sueños y el dolor de espalda al de alma. Porque los lugares comunes afloran, y ya no hay genialidad, pasa entonces que solo escribo los versos más tristes, y te quiero verde, cuento contigo no hasta dos ni hasta diez, olfateo las hojas de hierba;  y vuelvo a ser un hombre sincero que canta prosas profanas en su vuelta a la patria, que besa la noble calavera de su amigo, que salta sobre la rayuela de la ciudad de la furia danzando como las aves y cantando bajo la lluvia, quizás ciego como esperando abril, nadando contra la corriente, abrazando la muerte para vivir intensas aventuras bajo un cielo que se deshace en rosas, aullando a la luna como un lobo, ahogándome en un vaso de agua como la avispa brava, soñando con probar tus dulces labios, utilizando mi último cartucho, comprando la facilidad con felicidad a un alto precio, evocando las ruinas de un impulso creador otrora fecundo, porque siento un nudo en la garganta, porque se me eriza la piel, porque no puedo ver viendo, porque me muero por dentro, porque los días pasan, el reloj juega en mi contra, se me acaban los años y las sillas peligrosas me invitan a parar, porque canta el ruiseñor, las nubes son blancas y esponjosas, las flores florecen en primavera, y me doy cuenta de que no soy de aquí ni soy de allá; y que no puedo conjurar mis demonios totalmente hasta que escriba con la más vieja pero más efectiva receta que existe para escribir, consistente en colocar una letra después de la otra, y amando a mi rosa, mis volcanes y mi silla, retando a duelo a mis peores enemigos, disfrutando de tu aroma en la mañana, cultivando una rosa blanca, haciendo mi camino al andar, dejando de creer que Margarita estará conmigo como en aquella noche alegre que nunca volverá, y que seré un Tenorio o que me secaré los sesos con los libros de Amadís de Gaula, que lograré lo que quiero colgándome mi vieja armadura de latón, montando mi flaco Rocinante y arrastrando a Sancho a mis locuras; que llorando frente al mar, o haciéndome amarrar en el mástil de mi barca podré evadir mis tentaciones, que si creyendo que hay una mujer dispuesta a tejer y destejer por mi, o un perro presto a reconocerme, o un gato que quiera sonreírme, o un loro que extrañe mi hombro, o un gallo que cante a mis mañanas, un cisne, o un pececito de oro que cumpla mis deseos, un cuervo que no abandone jamás el dintel de mi puerta, o un oso que me abrace, un patito feo que me inspire, una serpiente que me tiente, unos zamuros ansiosos de mi festín póstumo; o bien un paseo con Virgilio, el convite de un buen amontillado, una cerveza caliente camino de Luvina, un ron seco, un whiskey doble, una mano amiga, un incondicional, una yunta, un pana o un cuate, un hermano del alma que beba conmigo para ahogar las penas, mi mano derecha, mi otro corazón, que me pruebe que solo hacen falta ganas reales de ser lo que se quiere ser para serlo, que la voluntad de poder que necesito se apoya en una voluntad y nada más, y nada más.
Andrés Eloy Burgos
Imagen tomada de: http://image1.playgroundmag.net/web/imagine/EDET_670/admin/files/por-que-debemos-acabar-con-los-escritores-como-institucion_090114_1389251829_8_.jpg?1406795417 19 de agosto de 2014 7:51 p.m.

No hay comentarios: