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Hoy
comenzó el día con una carga inusual de tristeza. Pocas palabras y
una distancia insalvable entre la cocina y nuestra habitación.
Mientras yo me preparaba para ir al trabajo, tu hacías lo habitual
para que no saliera de la casa sin las dos primeras comidas del día.
Todo eso ocurrió pesadamente. Las noticias de la mañana mientras me
amarro los zapatos y me coloco la franela, el peinarme frente al
espejo, ver los defectos de mi cara iluminados, organizar las cosas
en mi maletín, tomar el desayuno. Tú vuelves a la cama, volteada en
sentido opuesto a mi, como queriendo sentir más sueño de lo que se
acostumbra en la rutina que hasta anoche, hasta hoy, era tan dulce,
soportable, agradable y nuestra.
He
sido feliz todo este tiempo que juntos nos hemos burlado de las
barbaridades de la vida, de los excesos cometidos individualmente.
Gracias al amor que nos ayuda a ver mejor las imperfecciones que
somos, que cuida las fragilidades de la piel, de los oídos y de los
ojos. La fiesta en paz en la que nos hemos emborrachado y perdido
hasta la inconsciencia para toparnos siempre, una y otra vez. A cada
minuto, ocurría, hasta la noche de ayer y la mañana de hoy que nos
ha revelado las realidades que habíamos aprendido a burlar con
maestría, que nos amábamos en complicidad, que nos dábamos vida
disimuladamente, partiendo de lo más esencial de nuestro ser,
conociendo la falibilidad y la vulnerabilidad de cada uno. Supongo
que era para cuidar aquello alcanzado por tantas concesiones y tanto
esfuerzo. Eso que llamamos felicidad cuando se ausenta.
Ya me
voy al trabajo para seguir evadiendo forzosamente eso de lo que no
soportamos hablar y que ahora que ha vuelto a nuestras vidas y que
revive la serpiente de la duda. Tengo que darte un beso para poder
cruzar la puerta. Lo sabes. Tienes que darte vuelta cuando te busque,
salir del sueño irreal, romper la farsa de cansancio que tapas con
la cobija. Déjame fusilar mi orgullo con la pólvora mojada de tus
labios. Hacer lo mismo de siempre cuando me molesto, para volver a
ser el hombre que amas, el inquebrantable espíritu razón que no
encuentra mejor explicación a sus acciones que la total humanidad
de ayer y la irremediable humanidad de hoy.
Lo
que viene será duro de superar, así parece. Sin embargo queda la
esperanza de hacer nuevamente la gesta de la vida, fabricar lo
repetitivo, los disimulos que nos dejan vivir entre tanta
imperfección y que nos dan usualmente la felicidad.
Andrés Eloy Burgos
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