lunes, 30 de marzo de 2015

Amor y muerte entre Capuletos y Montescos




Criados de Capuleto y de Montesco riñen en la calle, asumiendo un odio que no comprenden, pero que cargan como deber de servicio y de fidelidad. Ese sentimiento tiene la extraña cualidad del contagio inmediato. No reparan los criados de las familias enfrentadas, que la defensa a ultranza ha podido ser el inverso al de la casa que sirven. No hay lógica aplicable a la razón, simplemente sus espadas atacan al enemigo de su empleador.
Benvolio y Tibaldo aparecen en escena como auténticos herederos de la discordia; el primero desea evitar la riña, el segundo atiza el fuego para saciar la sed de venganza de su linaje. Los mucamos Capuleto se burlan y provocan la furia de los Montesco. Los agraviados desenvainan para combatir, diciendo: “Si sois hombre, sacad vuestros aceros…”. El enfrentamiento es inevitable. De inmediato los filos silban en el aire procurando cortar pellejos o carne. En medio del combate el pueblo veronés clama por el fin de la pelea de las dos familias, porque perturba la paz de la vieja ciudad, en un conflicto que solo satisface a unos pocos. Claman los ciudadanos por el cese, están hastiados y por eso buscan intervenir para acabar la raíz de la guerra social en Verona: “venid con palos, con picas, con hachas. ¡Mueran Capuletos y Montescos!”
            Esta es la primera parte de la conocida obra de Shakespeare Romeo y Julieta. Es la contextualización de un odio extendido que parece insalvable, pero en el que a pesar de todo, logra florecer el más puro y desenfrenado amor juvenil. La escena primera señala los extremos que puede alcanzar un bucle de violencia entre los seres humanos. El de Montesco y Capuleto había arropado hasta a los menos interesados, por eso los ciudadanos querían combatir, pero contra los turbadores de su tranquilidad.
         Romeo y Julieta son muestra de que existe posibilidad de redención a un odio que se ha extendido desde el núcleo familiar hacia el resto de la sociedad, porque el amor puede atravesar luminoso las tinieblas.

martes, 19 de agosto de 2014



Lo que necesito y nada más, y nada más
Un día más sin escribir es la muerte, porque el espíritu se entume, los vicios engordan, el sueño le gana a los  sueños y el dolor de espalda al de alma. Porque los lugares comunes afloran, y ya no hay genialidad, pasa entonces que solo escribo los versos más tristes, y te quiero verde, cuento contigo no hasta dos ni hasta diez, olfateo las hojas de hierba;  y vuelvo a ser un hombre sincero que canta prosas profanas en su vuelta a la patria, que besa la noble calavera de su amigo, que salta sobre la rayuela de la ciudad de la furia danzando como las aves y cantando bajo la lluvia, quizás ciego como esperando abril, nadando contra la corriente, abrazando la muerte para vivir intensas aventuras bajo un cielo que se deshace en rosas, aullando a la luna como un lobo, ahogándome en un vaso de agua como la avispa brava, soñando con probar tus dulces labios, utilizando mi último cartucho, comprando la facilidad con felicidad a un alto precio, evocando las ruinas de un impulso creador otrora fecundo, porque siento un nudo en la garganta, porque se me eriza la piel, porque no puedo ver viendo, porque me muero por dentro, porque los días pasan, el reloj juega en mi contra, se me acaban los años y las sillas peligrosas me invitan a parar, porque canta el ruiseñor, las nubes son blancas y esponjosas, las flores florecen en primavera, y me doy cuenta de que no soy de aquí ni soy de allá; y que no puedo conjurar mis demonios totalmente hasta que escriba con la más vieja pero más efectiva receta que existe para escribir, consistente en colocar una letra después de la otra, y amando a mi rosa, mis volcanes y mi silla, retando a duelo a mis peores enemigos, disfrutando de tu aroma en la mañana, cultivando una rosa blanca, haciendo mi camino al andar, dejando de creer que Margarita estará conmigo como en aquella noche alegre que nunca volverá, y que seré un Tenorio o que me secaré los sesos con los libros de Amadís de Gaula, que lograré lo que quiero colgándome mi vieja armadura de latón, montando mi flaco Rocinante y arrastrando a Sancho a mis locuras; que llorando frente al mar, o haciéndome amarrar en el mástil de mi barca podré evadir mis tentaciones, que si creyendo que hay una mujer dispuesta a tejer y destejer por mi, o un perro presto a reconocerme, o un gato que quiera sonreírme, o un loro que extrañe mi hombro, o un gallo que cante a mis mañanas, un cisne, o un pececito de oro que cumpla mis deseos, un cuervo que no abandone jamás el dintel de mi puerta, o un oso que me abrace, un patito feo que me inspire, una serpiente que me tiente, unos zamuros ansiosos de mi festín póstumo; o bien un paseo con Virgilio, el convite de un buen amontillado, una cerveza caliente camino de Luvina, un ron seco, un whiskey doble, una mano amiga, un incondicional, una yunta, un pana o un cuate, un hermano del alma que beba conmigo para ahogar las penas, mi mano derecha, mi otro corazón, que me pruebe que solo hacen falta ganas reales de ser lo que se quiere ser para serlo, que la voluntad de poder que necesito se apoya en una voluntad y nada más, y nada más.
Andrés Eloy Burgos
Imagen tomada de: http://image1.playgroundmag.net/web/imagine/EDET_670/admin/files/por-que-debemos-acabar-con-los-escritores-como-institucion_090114_1389251829_8_.jpg?1406795417 19 de agosto de 2014 7:51 p.m.

miércoles, 18 de junio de 2014

USUAL,INUSUAL


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Hoy comenzó el día con una carga inusual de tristeza. Pocas palabras y una distancia insalvable entre la cocina y nuestra habitación. Mientras yo me preparaba para ir al trabajo, tu hacías lo habitual para que no saliera de la casa sin las dos primeras comidas del día. Todo eso ocurrió pesadamente. Las noticias de la mañana mientras me amarro los zapatos y me coloco la franela, el peinarme frente al espejo, ver los defectos de mi cara iluminados, organizar las cosas en mi maletín, tomar el desayuno. Tú vuelves a la cama, volteada en sentido opuesto a mi, como queriendo sentir más sueño de lo que se acostumbra en la rutina que hasta anoche, hasta hoy, era tan dulce, soportable, agradable y nuestra.
He sido feliz todo este tiempo que juntos nos hemos burlado de las barbaridades de la vida, de los excesos cometidos individualmente. Gracias al amor que nos ayuda a ver mejor las imperfecciones que somos, que cuida las fragilidades de la piel, de los oídos y de los ojos. La fiesta en paz en la que nos hemos emborrachado y perdido hasta la inconsciencia para toparnos siempre, una y otra vez. A cada minuto, ocurría, hasta la noche de ayer y la mañana de hoy que nos ha revelado las realidades que habíamos aprendido a burlar con maestría, que nos amábamos en complicidad, que nos dábamos vida disimuladamente, partiendo de lo más esencial de nuestro ser, conociendo la falibilidad y la vulnerabilidad de cada uno. Supongo que era para cuidar aquello alcanzado por tantas concesiones y tanto esfuerzo. Eso que llamamos felicidad cuando se ausenta.
Ya me voy al trabajo para seguir evadiendo forzosamente eso de lo que no soportamos hablar y que ahora que ha vuelto a nuestras vidas y que revive la serpiente de la duda. Tengo que darte un beso para poder cruzar la puerta. Lo sabes. Tienes que darte vuelta cuando te busque, salir del sueño irreal, romper la farsa de cansancio que tapas con la cobija. Déjame fusilar mi orgullo con la pólvora mojada de tus labios. Hacer lo mismo de siempre cuando me molesto, para volver a ser el hombre que amas, el inquebrantable espíritu razón que no encuentra mejor explicación a sus acciones que la total humanidad de ayer y la irremediable humanidad de hoy.
Lo que viene será duro de superar, así parece. Sin embargo queda la esperanza de hacer nuevamente la gesta de la vida, fabricar lo repetitivo, los disimulos que nos dejan vivir entre tanta imperfección y que nos dan usualmente la felicidad.
Andrés Eloy Burgos